Blanqueo a la cosntrucción
Noche de los Lápices
Nos encontramos en un apogeo astrológico: la curiosidad por las energías del universo puso a los planetas en la luz del reflector. Pero, si bien leemos bastante sobre las influencias del tránsito de Saturno o de la retrogradación de Mercurio, poco se profundiza sobre la historia de la astrología y su relación con la magia que es, al fin y al cabo, la interacción base que nos trajo hasta aquí.
Desde sus inicios en la antigua Mesopotamia, la astrología se desarrolló en un marco político y religioso dinámico: el astrólogo se desenvolvía como un funcionario hábil y perspicaz con la función de interpretar los signos del cielo y de la tierra para luego, junto a los arúspices, escribas y magos, elaborar informes y rituales para el rey que pudieran predecir y calmar la ira de los dioses. Luego, durante el periodo helenístico, se asoció la astrología a las tradiciones egipcias con la religión y mitología griega.
Si pensamos en sus orígenes, podemos entenderla como una disciplina clave para desencriptar el trabajo de la magia a través de su lenguaje simbólico: no sólo nos permite entender las combinaciones de las fuerzas planetarias, sino que también nos indica el momento propicio para la realización de un ritual.
Para entender la relación entre la magia, la alquimia y la astrología, debemos integrarlas en un sistema cósmico-religioso, que no tiene que ver con la horoscopía de nacimiento, sino con fuerzas psíquicas, en donde existía la creencia de que los rayos de los astros eran portadores de dones, de cualidades maravillosas y de un enorme poder.
La astrología se erigió en la historia antigua como un pilar fundamental en el desarrollo y la organización de las civilizaciones más antiguas.
El ser humano primordial percibía un universo animado, el anima mundi, una energía vital que rodea todos los elementos conocidos y que funciona como el alma del ser humano. Se entendía al hombre como un microcosmos inserto en un macrocosmos, pasible de conectar con todas las energías universales y poderes divinos a través de rituales.
La Luna se impone como la luz en la oscuridad absoluta de la noche, es el arquetipo de las energías y el poder de las mujeres, de la sabiduría ancestral traspasada de generación en generación a través de figuras femeninas, ligada a los ciclos menstruales y al embarazo con sus fases y sus ciclos ha acompañado a los primeros observadores del cosmos, impulsándolos a descubrir los misterios del universo.
La Luna, primer acercamiento a esta inmensidad celeste, nos viene a brindar información sobre nuestras raíces, nuestras antecesoras, ese aquelarre de matriarcas que han transmitido los saberes de la naturaleza y los rituales para convocar ese poder.
La astrología fue prohibida y perseguida por el cristianismo, que sólo permitió la “Magia Naturalis”, también conocida como astrología médica. No resulta azaroso que, durante los períodos de prohibición, se haya salido a cazar brujas, mujeres que -como pilares de sus tribus y sociedades- almacenaban las tradiciones y conjuros para invocar la energía del cosmos.
Mujeres que, conscientes de su poder y el arraigo con la comunidad, venían a poner en jaque el modelo occidental de construcción social y el rol que ésta le atribuía a las mujeres. Mujeres que, lejos de rotularse como devotas y sumisas, encarnaban un estado natural de poder, rebeldes, organizadas y juntas.
Ya durante el Renacimiento, Cornelius Agrippa posiciona nuevamente a la astrología y confecciona listas de espíritus planetarios. En el siglo XIX la práctica de la astrología se desarrolló dentro del marco de las sociedades secretas: Masonería, Rosacruces, la Golden Dawn, la Sociedad Teosófica, entre otros.
En este periodo el esoterismo se transforma y resignifica, la realidad se concibe de una manera específica postulando una serie de principios simbólicos sobre la correspondencia entre los planos terrenal, místico y cósmico.
“Como es arriba es abajo, como es adentro es afuera” dice uno de los siete principios de la correspondencia y nos invita a volver a abrazarnos con la idea de una naturaleza viviente, a volvernos uno con la naturaleza y el cosmos, a trasmutar colectivamente a una nueva humanidad mágica, a reconectar con nuestras Lunas, nuestras ancestras y a ser desde nuestros aquelarres la encarnación de la sabiduría de todos los tiempos.
Por Claudia Fincotto, viceresidente 1° y profesora de la Fundación Centro Astrológico de Buenos Aires.
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Edición Nº: 9660, 15 de Septiembre de 2022
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